Crónica del decimotercero (fragmento)

El gran féretro como signo eminente de lo que no está ahí. El ojo acorralado por el ojo. Nunca pues el féretro como presencia de la muerte, sino sólo como símbolo del miedo. Oh cuán muerto estoy. Y sólo así, entonces, incapaz ya de hablar en tercera persona. Muerto así una vez devuelto a lo ficticio. No había sino la representación de la representación. No podía seguir, pero seguía —dijo por última vez. Una variación mínima, un: ah. La cabeza despiadada hablando desde lo alto de la gabardina. La gabardina infinitamente separada de la cabeza. El vaso infinitamente separado de una posible mano y más aún de un posible ojo. El vasto espacio circular segregado de la cabeza y donde la cabeza no está. Así pues, ¿qué cosa es una cabeza? La cabeza es lo que no está. Hijos de los hijos, hijos sin hijos, ojos sin ojos. Ojo vacío del ojo-cabeza. Seguir sin poder seguir y, en lo posible, no pensar en no poder decir, en no poder poder. Muchos días y muchas noches, m’hijo. El diálogo incesante como una forma de olvidar la terca intención de mantener a toda costa el equilibrio. Precisamente más allá de lo que no tiene importancia y de lo que demasiada tiene. En cierto modo, pues, la negación de Pedro. Negatio ad infinitum, oh pedro. Yo soy tu negación y tú eres la mía. Miró (miramos) en el mapa. En el sobrevuelo del mapa, todos los mapas nos pertenecen(ían). Las toscas resmas getales y el brazo hinchado en passant: brazo-ojo. Dígame una cifra, cualquiera, y ahí somos (estamos). El verso infinito conservando sólo lo infinito de la derrota (la caída libre). Mas no hay que esperar un eje nariz-boca. Ni una nariz. Ni una boca. Todo había huido antes del primer paso (el improbable). La bofetada que separa la mano de la mano, el ojo del ojo. Más violencia. Violencia de la noche, de la pérdida. Beso violento de la desaparición, fulgor caliente y geométrico del declive, del cálculo cóncavo. ¡Pues precisamente al calcular hizo su aparición el horror de lo que nunca estaría! Tiene toda la razón: no hay ánimo, no hay músculo. Sólo la blanda violencia, infinita y demencial, que derriba a los hombres como soldaditos. Pedro, tan negro como la noche, otea el filo de la desaparición, aferrado a lo horrible como a una última posibilidad, recorriendo el perímetro de la ciudad de los muertos. Ayer o mañana, oigo que dice.

—Mejor —murmura el minoano, con la mano levantada.

—Signos, ¿más signos?

—Abandoné el conocimiento y decidí pasar a otra cosa.

—No lo llamaría usted lo crudo.

—Ja ja.

—La cubierta, Pedro. (O: en la cubierta).

Insisto: no crea que hay hilación. O crea que hay hilación sólo como el desplazamiento de la hilación a una zona cada vez más periférica, a un deszonamiento (una desazón) cada vez más omnipresente, ojo-temblor inextenso y ubicuo. Eso somos. Volvió lentamente la cabeza sobre el hombro (dijo/ lo sé). Si pudiéramos decir: eso somos. Dudo mucho y dudo aún más cuando digo que dudo mucho. La mía es la decisión más indecisa. La representación y el teatro en sí se mueve como una lenta barca. El signo. Mas este bogar insigno no está ni en el cálculo ni en el signo. Insisto: no crea por una parte en lo que significa, y no crea por otra en que sólo significa. Tampc.

Ojalá pudiera ser de ese negro que señorea en el coágulo de tu sueño, Pedro, dijo el negro, cabeza en mano (blanca cabeza rallada en negro, cabeza oh cabeza). Ojalá todo fuera tan simple, Pedro. Buenamente hubiera concluido todo de un modo concluyente hace ya mucho tiempo, Pedro (oh pedro gran cabeza de vaca). Cabeza pisoteada de los potreros, blanca con rallas negras, cabeza de latón, parladora-bailoteadora, tún tún tún. Y buena cabecita que era aquella, ¡si lo sabré yo! Gran pene rallador vencido por la matria inextensa, incomprendido para sí mismo, desde luego. La muerte, al contrario, era lo que quería decirle, nos salva. Dudo mucho que lo crea, pero lo importante es que lo sabe en el fondo de su gran cabeza hueca (de su corazón emblemático despojado de todo lo que no sea polvo, insignificancia, viento). Ese no poder tener, no poder acoger, no acabar de creer es el gran saber sin poder de lo muerto (lo murmuerto). No-o-sí. Si quiere hilación, préndase del hilo. Mas no dese, que conduce, sino desotro, inconducibile. Y, ya que no dice una cifra, continúo. Introito de vacas. Las cabezas de todas las bellas. Ola que sube. Ola que baja. Más cabezas. Más pasos. Más maderamen frente al ojo-polea. Yo entonces la bella. Yo entonces Inés. La rechinadora aprisionando entre sus muslos la gran cabeza de vaca. Grandes muslos blandos alelados por un delirio frío y púber, allende el origen. No hay obsesión como la del viaje. No hay ninguna obsesión que no sea la del viaje. Los diez mil coitos de la virgen rechinadora colgada en el remedo de tramoya, siendo, por una parte, que toda tramoya es remedo, y por otra, ella así intacta cada vez debido a su innota incapacidad de rechazar nada. Sólo déjame decirte que no estás solo, oyó la cabeza-calabazo de fiebre, incapaz de estar quieta. Tic tac tic tac. Yo soy la muerte, Pedro. Los espectadores huyen al contacto de la luz, fría como la blanca sonrisa de Inés, ilocalizable en el vasto espacio de pisoteadas cabezas. El sueño de las vacas con su ojo fijo, opuesto e imposible de desligar de la postal idílica del campo (idílica debido a la muerte de todo, que rebrilla). ¿Dónde está Inés? Inés, este emblema, dijo Pigmalión, o quizá sólo esta sonrisa, prometedora y, dada la vastedad de la promesa, no exenta de horror. (Al contrario, pero cuál horror.) Precisamente, es eso lo que medra al amparo de la sombra en el teatro o signo al que no nos podemos negar (que no podemos designificar así de buenas a primeras). De pared a pared. De una cabeza a otra. De los dedos extendidos de una mano a los de otra. Usted cree, digo, que es sólo mancilla. Pero le digo que la moral, sea lo que fuere, no viene a cuento. Lo verá en una pantalla o mil veces o en ninguna. No se trata de un ojo que mira. Sí de un ojo pero no mira. Ojo que a-siste. Todo será cada vez más vasto y urgente y seguirá sin comprender. Todo se vuelve de adentro hacia fuera y lo que se vuelve/disuelve es precisamente el significante significado. Vaya, ya lo dije. Pero no fui yo quien lo dijo: usted lo dijo. ¡Vaya si lo dijo! Arrinconado en el no sentido que sólo consiste en no comprender esta disolución del signosentido. Ni para bien ni para mal. Todo se vuelve de afuera hacia dentro. Oblea. La incapacidad de comprender que es la significación de lo que no necesita ser comprendido. Cerrazón de la frente en la ramazón ni cerrada ni abierta (allí donde la noche es un oh desinente, no soluble), con peligro del ojo, sí Pedro. Entierras una cuña y miras a los niños paralelizados en la pared (sombras de yeso), observándote incesantes. Los niños o un niño. El largo muro ciego que se confunde con el horizonte o que es el horizonte. Pero no he terminado todavía. Abierta al infinito. Insostenible ad infinitum. La.

Creative Commons License
A menos que se indique expresamente, todo el contenido de este blog (incluyendo textos, dibujos, fotografías, archivos de audio, y cualesquiera otras creaciones originales), está protegido bajo una licencia de Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 3.0 License.