El delirio de Orfeo
Alejandro creyó que el pensamiento/
era cosa de un Pánfilo.
aquel/¿Un sirio, un Danilo?
No de amianto son, ay, sino de miento
las cuerdas de la lengua con que canto, o
tartamudeando, veo
al noto Idomeneo
(del núbil Livio, ídolo en adelanto)
en tierra, y sin estola, blasfemando.
¡Qué Polifemo cárdeno!
Así, cuádriple, sin fe, Anaxi(m)and(r)o.
Preso, como útil Merlín, en la —¡oh Félix,
dúctil como el molibdeno!—
mecánica profética de Otto Dix.